“Yo, en mis cuadros, siempre cuento mi vida. Pinto guiada por mis sentimientos, y todos los símbolos y elementos que hay en cada obra responden a una finalidad muy concreta”. Con 91 años, la pintora Pilar Perdices es quizás la última superviviente de un informalismo y un expresionismo abstracto que, en ojos de la artista, sitúan a Tàpies como su más grande maestro. “Yo me siento alumna espiritual suya”, asevera, mientras se acerca a la barra de buena mañana, pide un cruasán y un café con leche y, puestos a que suene algo de fondo, pide que lo haga Tchaikovsky, cuyas composiciones la han acompañado en la creación de tantas y tantas obras.
Nacida en Maó de padre militar, y con la infancia transcurrida entre Menorca y Zaragoza, se traslada a Barcelona recién terminada la guerra. Aquí, de joven, empieza el romance con la pintura. “Una prima hermana de mi madre era la mujer del propietario de la tienda de bellas artes Rigol de la calle Petritxol, en la que empecé a trabajar como cajera. Fui conociendo a muchos pintores y acabé saliendo con ellos los domingos, al puerto, a pintar paisajes. Al mismo tiempo, también pintaba objetos de la tienda de regalos que había al lado. Un buen día, el acuarelista Josep Barrenechea se fijó en lo que yo hacía y, como era profesor de la escuela de Artes y Oficios de la Calle Carme, me sugirió que me apuntara; cosa que hice. Ahí es cuando me di cuenta realmente de que me gustaba pintar”.
— Y de ahí fuiste luego a Bellas Artes, ¿no?
— ¡Uy, no, eso ocurrió mucho después, cuando ya estaba casada con Carlos!
Carlos Sancho Bellido era un aristócrata aragonés con quien Pilar cruzó su camino una tarde en el Pastís de la Calle Santa Mònica. “Solía frecuentar mucho aquel bar. Fue una época en la que yo me desmelené y viví la noche a fondo, y en la que hice amistad con gente como Tharrats, Marcel Martí o Juan Antonio Comín. Cuando conocí a Carlos, fue un flechazo. Haberme casado con él es, junto al hecho de haber estudiado Bellas Artes, de lo que más orgullosa estoy”.
La artista empezó Bellas Artes fruto de una casualidad de esas que varían el curso de toda una existencia. “Aquel día yo acompañaba a un amigo de familia de Zaragoza. El que se tenía que matricular era él, pero, una vez ahí, viendo todo aquello, me apunté. Mi marido trabajaba en La Vanguardia y yo todavía no estaba embarazada, cosa que ocurrió poco después. Recuerdo que, de las pocas chicas que había en Bellas Artes, yo era la única casada y embarazada”, ríe.
— O sea que había más chicas.
— No había muchas, pero sí, lo que pasa es que no se nos reconoce. Mira, las pintoras catalanas de mi generación fuimos Amèlia Riera, Maria Assumpció Raventós, Concha Ibáñez y yo, y estamos totalmente en la sombra. Fíjate que ni siquiera cuando Amèlia murió, hace unos pocos años, nadie le organizó una retrospectiva. Nada.
Es inevitable, en este sentido, pensar en que el propio MACBA tiene obra de la parroquiana en su fondo, alguna pieza por restaurar incluso, y que hasta la fecha no se han puesto en contacto con ella. “Fue una donación de la viuda de Joan Brossa cuando éste murió. Ella había tratado el cáncer a mi madre y ésta le había hablado de mí, así que un día le trajo algunas de mis pinturas y ella las trasladó a Brossa, con quien nos convertimos en buenos amigos. Me apoyó muchísimo, por ejemplo, dedicándome un poema para acompañar mi primera exposición”.
Entretanto, a Carlos se lo llevó un cáncer en 1969, “tras diez años de felicidad”, poco después de que, en su lecho de muerte, la animara a optar por una plaza docente en Bellas Artes. Un trago muy amargo que Pilar consiguió superar gracias al cariño de grandes amigos “como Josep Oriol Esteve, al que le tengo un cariño enorme y que siempre ha estado ahí”.
Tres ciudades en una
Para la artista, hay tres ‘Barcelonas’: la gris y anodina de una niñez de posguerra, la de una juventud alocada y noctívaga y la de una madurez que la ha visto crecer como artista y hallar a grandes aliados como Brossa o, por citar a otro, el mismísimo Jordi Pujol. “Le conocí a raíz de mi etapa en el Taller Picasso del Gòtic que en la época estaba muy relacionado con Convergència Democràtica de Catalunya (CDC). Pujol siempre me preguntaba cómo me iba y un día le dije que no conseguía exponer en ningún lado. Mandó a su secretaria a tomar mis datos y, al cabo de un tiempo, recibí la llamada de Conxita Oliver para montarme una antológica que ocupaba los tres pisos de la Pia Almoina”.
Aquella exposición catapultó a la artista que, hasta mediados de junio, expone una retrospectiva en la galería LegaxArt (Aragó, 331), y que asegura estar preparando una nueva exposición “de obra en papel, la única en la que puedo trabajar ahora que vivo con mi hija y ya no dispongo de un taller en casa para trabajar lienzos o tapices, como antes, cuando vivía en la Calle Pujadas”.
— De lo que dispones es de una amplia oferta de almuerzos o bebidas para seguir con este mañaneo en el Bar.
En la mirada de Pilar Perdices se enciende una luz de años vividos y de vibrantes recuerdos de colores vivos, incapaces de apagarse, antes de pronunciar:
— Cuando era joven solía pedir Cointreau o Pastís, pero una ya no tiene edad, así que me voy a decantar por un vermú, —breve silencio. ¡Me gusta mucho el vermú!